miércoles, abril 05, 2006

La violación. Por Diego, Papeles de Ermua, nº 1.

Me he tomado la libertad de reproducir íntegramente el artículo “La violación” por Diego, publicado en Papeles de Ermua, Nº 1. Un interesante artículo que refleja con demasiada certeza ciertas posturas de algunos a la hora de afrontar una negociación con los asesinos de ETA.

La violación.

Un día, paseando por la orilla del río, vi - a lo lejos - en la otra orilla a una chica que también paseaba.

Súbitamente, de unos matorrales, salió un hombre encapuchado que llevaba un arma en la mano. La distancia me hacía dudar de lo que veía. Inmediatamente, observé que ella corría. Quería inútilmente defenderse. Poco después, empezó a desnudarse. No cabía duda de que se trataba de una violación. Un profundo sentimiento de indignación se apoderó de mí.

Llamé por el móvil a la policía. Me preguntaron si había pruebas fehacientes: descripción del lugar; constatación de que el supuesto agresor estaba armado; evidencias de que la joven pedía auxilio; etc. Me sugirieron que tratara de objetivar los datos y que enviara la información por escrito. Podría hacerlo por FAX, sin inconveniente. Me sentí consternado. Balbuceé algo... insistiendo en mi certeza de que algo grave ocurría. Me contestaron que no me alarmarse, que no había que perder la calma, que estudiarían la situación.

La comunicación se interrumpió. Volví a marcar y solicité hablar con el máximo responsable de la policía. Me escuchó. En tono sereno me hizo considerar la "razón legal" de un ciudadano supuestamente inocente y la "razón moral" de una supuesta víctima. Ordinariamente --argumentó-- es razonable pensar que la razón no es absoluta sino razonablemente relativa.

Antes de perder el juicio (y los nervios) ante tales razonamientos, tiré el móvil y salí corriendo en busca de ayuda.

Me encontré con un nacionalista que me dijo que eso pasaba porque no hay diálogo. Que solo el diálogo podía acabar con la violencia. Que las medidas policiales no eran nunca remedio. Que era inútil detener a un violador si siempre podría existir otro violador que le reemplazase. Solo una solución negociada acabaría con el conflicto de raíz.

Pasó por allí un clérigo. Como yo no entendí nada, y un profundo desasosiego me embargaba, le pedí --que si había escuchado al nacionalista-- que me lo explicase. Me contestó que todos debemos ceder y dejarnos del egoísmo que nos enfrenta, para así acercar posturas y encontrar un espacio intermedio de convivencia pacífica.

Cada vez más cerca de la locura, seguí en busca de ayuda y me encontré con un conocido con responsabilidades políticas. Me dijo que lo importante era resistir. Que ya había enviado un mensaje a la chica animándola y felicitándola por su heroico gesto.

Continué mi enloquecedora carrera y me encontré a un grupo pacifista. Me dijeron que ellos iban a mostrar su repulsa a ésta y a todas las violaciones de los derechos humanos. Efectivamente se sentaron en silencio con una pancarta de rechazo a toda violencia.

Desesperado me lancé al agua. Nadé con todas mis fuerzas. Al llegar a la otra orilla encontré, por fin, a la policía. Estaban identificando el cadáver de una joven desnuda. Tenía veintidós años y se llamaba Democracia.

Por Diego (Papeles de Ermua, Nº1)